Tránsito en la casa


A Tránsito

Ya está. Ya entró. Lo sé por el ruido de la aspiradora. Tránsito está aspirando. Quiere decir que ha usado su llave. Generalmente, soy yo el que le abro la puerta. Pero no cuando me estoy rasurando, como ahora. Cuando me rasuro, me gusta encerrarme en el baño, no salir por nada del mundo. Es un acto sagrado. Lo malo de encerrarme en el baño es que no escucho el timbre. Pero para eso le di la llave: para que entrara por su cuenta. A veces estoy dormido, o me estoy rasurando, o sencillamente no estoy. Y sin embargo, no me gusta nada cuando ella usa su llave, cuando entra a la casa con esa discreción propia de los humildes: porque entonces no sé si ya vino, o no. No debí darle esa llave. Al darle esa llave, le di una especie de poder sobre mi persona. Los infortunados no están hechos para poseer ninguna suerte de poder. Particularmente las empleadas domésticas. Porque en el caso de las empleadas domésticas, es todavía peor. Se vuelven abusivas. Por suerte, Tránsito no ha dado muestras de tanta abusivez... Tránsito: una hija del Pueblo, una Rigoberta… ¡Dura realidad la de los Pobres: toda esa desnutrición crónica, esa calcificación de las ideas, por culpa de tantísima tortilla! Al menos es una buena trabajadora. De hecho, es una excelente trabajadora. La mejor que he tenido. Pero eso no le quita lo intratable. Y tampoco le quita el hedor, los gestos. Las muchachas son tan torpes. Su sensibilidad motriz nunca iguala la nuestra. Las sirvientas en realidad carecen de sensibilidad motriz. Y de razón. Y de cerebro. Tránsito por ejemplo es una supersticiosa. Asegura que la casa está embrujada. Desde que vino a trabajar conmigo y desde que tengo memoria me está repitiendo que hay un fantasma en la casa, un espanto. Dice que en esta casa asesinaron a una mujer, hace un resto de años. “Ellos la mataron”, explica, sin especificar quiénes son ellos ni las fuentes de su relato extraordinario. Cuando Tránsito se pone a decirme esas cosas me dan ganas de matarla yo a ella. ¡Vulgar creencia de la gente! Tránsito es creyente rematada. Ya le dije que no me hablara de religión todo el maldito tiempo. A ella no parece importarle que la reprenda. Tiene esa sonrisa dorada y estúpida estampada en el rostro. Es anormal, a todas luces. No la soporto. Es la verdad. Por eso es que le pedí que ya no viniera cinco días a la semana, sino sólo los lunes, los miércoles y los viernes. Tránsito ha terminado de aspirar. Un cierto silencio providencial se instala en la casa. Mejor, así me puedo rasurar tranquilo. Pero oigo un gran ruido: ya botó algo, seguramente un florero. Tránsito es una verdadera desgracia. La detesto. ¿Es que no existe una sola cholera que haga las cosas bien en toda Guatemala? Ya me lo decía mi mamá, que en paz descanse: “Vigilá siempre a la de adentro”. “Sólo para romper o robar son buenas”, decía mi mamá. Mi mamá nunca se dejó de las muchachas, ni siquiera cuando se fue quedando ciega. Me la imagino solita, en su gran casa, rodeada de esas dos oportunistas. Pero siempre fue más lista que ellas. Creo que voy a echar a Tránsito de una vez por todas. Ya no la aguanto. Además, no es muy bueno que una empleada se quede mucho tiempo con uno. Con eso de los secuestros no se sabe. No es prudente. Hoy mismo le voy a decir que se vaya a la mierda. Que me deje bien sacudido todo, y después se largue. Ya estuvo bueno. Ni cerrar los chorros puede. Siempre quedan goteando. O todo lo contrario: los aprieta como si fueran chorros de pueblo. ¡Ninguna sensibilidad motriz, ya digo! ¿Qué? Otro escándalo, como si un mueble se hubiera caído. Allí está: la excusa perfecta para despedirla. Lo bueno es que hoy es viernes. Y eso me da el fin de semana para buscar a otra: otra muchacha. Aunque realmente no: hoy no es viernes. Es jueves. Pero entonces si hoy es jueves, si hoy no le toca venir a Tránsito, ¿quién está allá afuera, quién estuvo aspirando, quién quebró el florero, quien botó el mueble, quién está moviendo la manija de la puerta? 
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